jueves, 25 de noviembre de 2010

VENCEREMOS

El mundo se niega al status quo, la improbabilidad del hombre de asumir de manera sumisa las humillaciones, los ultrajes constantes de una pequeña cantidad de gente lleva indudablemente a que una mayoría oprimida hierva ante las injusticias y sin previo aviso, a veces casi sin organización, ese devenir de avasallamientos rebulla en una escalada de violencia que se destapa, de una incontrolable necesidad de buscar lo mejor para los más, de acabar con esa sociedad que parecía inmutable. Buscará entonces el mundo un lugar nuevo, mejorado, creado desde la perspectiva de los más.

Los gritos en las calles, disparos, revueltas, banderas rojas y negras, la ciudad será entonces un campo de batallas tanto en el ámbito militar como ideológico, los sectores que conservan esa sociedad de injusticia tildarán de subversivos a los grupos que tratan de cambiar lo que parece establecido. Esos grupos que han decidido dejar la pasividad para entrar en la acción enarbolarán banderas de igualdad, de justicia, de una juventud de pensamiento que tiene la característica de una praxis renovada, de un espíritu soñador y cambiar el mundo.

Cambiar, ese termina siendo siempre el motor, cambiar, sacudirse de lo viejo y volver a mirar el cielo para sentirse un tanto más vivos. Si miro por la calle veo a un hombre que se levanta, crece y se agiganta, un ser que deja la tranquilidad de lo inmóvil, de la esperanza de que “todo va a cambiar” por una actitud desafiante, de un hombre que lucha contra un poder estático que parece divino, un ser que no tiene nada de superior salvo la consecuencia de sus convicciones. Un ser humano que tenga esa profunda capacidad de sentirse humano.

En el mundo devinieron muchas revueltas, algunas efímeras, algunas de ellas desgastadas en la inconsecuencia, otras gigantes, que perduraron y perduran contra viento y marea. Existen esas que inspiran, que hacen levantar puños, banderas, sueños, vida, amor. Son así tan jóvenes, tan humanas y tan pulcramente soñada. Pero no existe la Revolución perfecta, no es posible lograr algo así, los sueños son humanos, los cambios son formados por hombres con sus vicios, con sus incapacidades, pero también lo son con sus ideales.

Vivir el mundo sin revolucionarlo, es casi un paso frío e intrascendente por la vida, no se puede vivir sin respirar, no se puede soñar sin dormir, no se puede forjar la juventud sin pensar en que todo se debe cambiar. No se puede ser jóvenes sin ser revolucionarios. No se puede fallar, si no hacemos el intento de transformar nuestra realidad. No se puede caminar sin tener utopías.

No se puede ser sin vencer.

Ven seremos, hay un mundo que cambiar.

SIERRA MAESTRA


Hace años vi como los militares asesinaron a mi padre por no tener más dinero con que pagarles los excesivos sobornos que le exigían, en verdad el viejo no hacía nada más que tratar de tener una chacrita, con algunas gallinas, un chancho y dos famélicos hijos, nuestra madre falleció dando a luz mi hermano Obdulio.

Nuestros días pasaban con Obdulio entre el trabajo en el campo, corriendo entre las palmas, a veces buscando cocos para comer en las agobiantes tardes de la Sierra. El asesinato del viejo ocurrió una tarde, nosotros estábamos lejos de la casa o hubiéramos corrido igual suerte. Don Aurelio, un vecino nos contó que habían sido los militares y que se habían llevado las gallinas y el chancho.

Decidimos con mi hermano irnos de casa, ya no había nada que hacer, no quedaba animales para alimentar y nosotros no sabíamos ni leer, ni escribir. La educación era un lujo caro y sólo estaba permitido para la gente de bien.

Era 1957, cuando por la radio de un vecino escuchamos que el ejército hacía un llamado para capturar a unos rebeldes que estaban armados en Sierra Maestra. Prometían una suma importante de dinero para quien entregara información.

Pensé varias veces en ir a meterme al monte en busca de esos hombres, creí que al vivir toda mi vida en la Sierra sabría como ubicarlos, como llevarlos sin grandes problemas hasta las manos de los soldados.

Así me interné con Obdulio en busca de los rebeldes, no teníamos nada y el dinero de la recompensa indudablemente nos ayudaría.

Después de dos días en la espesura del monte los encontramos. Eran jóvenes, casi de nuestra edad, tal vez unos años más, me impresionaron, tenían una convicción de lo que estaban haciendo era por todos nosotros, por toda Cuba.

Al principio entramos con desconfianza al grupo, nuestra idea era hacernos los amigos y llevarlos a un lugar donde los Soldados les hicieran una emboscada y a nosotros nos dieran nuestro dinero.

Entre charlas y cantos conocimos en ese grupo de pequeños a un hombre joven, Obdulio averiguo que era abogado de buena situación económica, pero que había sido detenido años antes tratando de asaltar el Cuartel Moncada de Santiago, ese hombre tenía en su voz una forma de decir que todo debía cambiar que debíamos unirnos a luchar.

La voz de ese joven movía algo en los cerebros de quienes lo escuchábamos, no había dudas, sus razones eran nuestras, a quienes defendía era a todos aquellos que sufríamos.

Los años pasaron y nosotros no nos alejamos nunca de esos hombres, sin más nos tomaron como uno de los suyos. Recorrimos Sierra Maestra y avanzamos en columnas revolucionarias a tomar la Ciudad de La Habana.

Obdulio se separó de mí cuando tuvo que marchar bajo las órdenes de un argentino a la ciudad de Santa Clara. Yo seguí ayudando en la resistencia contra las hordas de Batista acá en los alrededores de la Sierra.

A principios de 1959 nos encontramos nuevamente con Obdulio, pero esta vez en la ciudad de La Habana, ambos vestíamos un traje verde oliva y junto a los hombres que conocimos en la Sierra, acompañados de un pueblo dábamos marcha a una gesta revolucionaria como la que no habría igual en América Latina.