Hace años vi como los militares asesinaron a mi padre por no tener más dinero con que pagarles los excesivos sobornos que le exigían, en verdad el viejo no hacía nada más que tratar de tener una chacrita, con algunas gallinas, un chancho y dos famélicos hijos, nuestra madre falleció dando a luz mi hermano Obdulio.
Nuestros días pasaban con Obdulio entre el trabajo en el campo, corriendo entre las palmas, a veces buscando cocos para comer en las agobiantes tardes de la Sierra. El asesinato del viejo ocurrió una tarde, nosotros estábamos lejos de la casa o hubiéramos corrido igual suerte. Don Aurelio, un vecino nos contó que habían sido los militares y que se habían llevado las gallinas y el chancho.
Decidimos con mi hermano irnos de casa, ya no había nada que hacer, no quedaba animales para alimentar y nosotros no sabíamos ni leer, ni escribir. La educación era un lujo caro y sólo estaba permitido para la gente de bien.
Era 1957, cuando por la radio de un vecino escuchamos que el ejército hacía un llamado para capturar a unos rebeldes que estaban armados en Sierra Maestra. Prometían una suma importante de dinero para quien entregara información.
Pensé varias veces en ir a meterme al monte en busca de esos hombres, creí que al vivir toda mi vida en la Sierra sabría como ubicarlos, como llevarlos sin grandes problemas hasta las manos de los soldados.
Así me interné con Obdulio en busca de los rebeldes, no teníamos nada y el dinero de la recompensa indudablemente nos ayudaría.
Después de dos días en la espesura del monte los encontramos. Eran jóvenes, casi de nuestra edad, tal vez unos años más, me impresionaron, tenían una convicción de lo que estaban haciendo era por todos nosotros, por toda Cuba.
Al principio entramos con desconfianza al grupo, nuestra idea era hacernos los amigos y llevarlos a un lugar donde los Soldados les hicieran una emboscada y a nosotros nos dieran nuestro dinero.
Entre charlas y cantos conocimos en ese grupo de pequeños a un hombre joven, Obdulio averiguo que era abogado de buena situación económica, pero que había sido detenido años antes tratando de asaltar el Cuartel Moncada de Santiago, ese hombre tenía en su voz una forma de decir que todo debía cambiar que debíamos unirnos a luchar.
La voz de ese joven movía algo en los cerebros de quienes lo escuchábamos, no había dudas, sus razones eran nuestras, a quienes defendía era a todos aquellos que sufríamos.
Los años pasaron y nosotros no nos alejamos nunca de esos hombres, sin más nos tomaron como uno de los suyos. Recorrimos Sierra Maestra y avanzamos en columnas revolucionarias a tomar la Ciudad de La Habana.
Obdulio se separó de mí cuando tuvo que marchar bajo las órdenes de un argentino a la ciudad de Santa Clara. Yo seguí ayudando en la resistencia contra las hordas de Batista acá en los alrededores de la Sierra.
A principios de 1959 nos encontramos nuevamente con Obdulio, pero esta vez en la ciudad de La Habana, ambos vestíamos un traje verde oliva y junto a los hombres que conocimos en la Sierra, acompañados de un pueblo dábamos marcha a una gesta revolucionaria como la que no habría igual en América Latina.
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